Trufa, proviene del latín Tuber que significa excrecencia o protuberancia. Truffe en francés, Truffle en inglés, Tüffel en Alemania o Tartufo en Italia. Conocido y reconocido mundialmente, este hongo parecido a la patata, aunque con menores dimensiones, suele ser de color oscuro, casi negro, con superficie áspera y desigual. El exterior con aspecto de un tubérculo uniforme, recibe el nombre de Peridium. En su interior, podemos encontrar una estructura  de carne, llamada Gleba, llena de bifurcaciones como un sistema de raíces interconectadas.

Este tan apreciado producto culinario ha resultado ser un misterio desde sus orígenes. Se tiene constancia de su existencia desde las antiguas Grecia y Roma (S. III y IX A. C). Por aquel entonces, ya se utilizaban para condimentar platos e, incluso, se celebraban concursos gastronómicos.

Sus propiedades gastronómicas y delicadas condiciones de producción,  hacen de este hongo un producto exclusivo y muy cotizado. Nace bajo el suelo y resulta curiosa su relación simbiótica entre este hongo y las raíces de determinados árboles, sobre todo encinas y robles. La planta le proporciona al hongo hidratos de carbono que de otra forma le sería imposible conseguir. A su vez, el hongo le permite obtener agua y minerales de la tierra, a través de las raíces.

No solo se sirve de las raíces para obtener nutrientes y reproducirse, sino de otros seres vivos. Al permanecer bajo tierra, sus esporas no pueden ser transportadas por el viento. Han de ser diseminadas por animales como el zorro o el jabalí. Para ello, la trufa los atrae utilizando su intenso olor como estrategia y estos las desentierran e ingieren. Al depositar sus excrementos lejos de donde las comieron, las esporas también quedarán dispersadas.

La trufa no conquista por su aspecto, pero su característico aroma y el intenso sabor que desprende, hacen que cuando se sirve este manjar negro en un plato, transporte el paladar a otro mundo.